Poet's Abbey (Blog de lecturas)


La Cartuja de Parma


El indomable Fabricio se encuentra, tan joven e inexperto, en medio de la batalla de Waterloo, en junio de 1815, entre el estruendo de los cañones y el olor intenso a pólvora y tierra. Napoleón pasa por su lado y no le reconoce. Ve cómo corren los soldados para ganar un trozo de terreno, y ve cómo mueren atravesados por las balas enemigas o por los cañonazos atronadores. Lo ve todo y no ve nada. El joven está tan desorientado que no para de repetirse si está participando, o no, en aquel enfrentamiento militar. Porque no es lo mismo la guerra sobre el papel, como idea, que en vivo, como acontecimiento innegable. No es igual el mundo abstracto de las ideas que la dura realidad de las bombas, la sangre y la muerte. 

Esto refleja, de alguna manera, el misterio de la existencia en unas circunstancias concretas. Así como el joven Fabricio lucha en una batalla sin saber muy bien lo que ocurre ni cuál es su papel en ella, nosotros podemos sentir algo parecido en la rutina cotidiana. La realidad se empeña en ser tan testaruda como una guerra. A veces estamos en la vida como Fabricio en Waterloo.

Stendhal expresa, al inicio de su novela (a mi parecer, demasiado extensa), un tratamiento de la guerra fascinante, porque es desde el punto de vista del adolescente uniformado e idealista que empuña un arma ante el fragor de una batalla decisiva en el corazón de la Europa napoleónica.


-Señor -dijo por fin-, es la primera vez que asisto a una batalla; pero, ¿es esto una verdadera batalla?

Stendhal, La cartuja de Parma, 1839

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